
02 Nov Entre nosotros se interponen todos sus contactos de WhatsApp
Salí temprano a una cita médica y me di cuenta, con horror, de que había dejado mi celular en casa. Antes de ser presa de la nomofobia pensé: «No es para tanto». Respiré, conté hasta diez y empecé a recordar cómo eran nuestras vidas antes de depender de ese minúsculo aparato que todo parece solucionárnoslo.
Era genial -me dije-, porque rememoré esa felicidad que nos embargaba cuando sabíamos que iríamos de visita a la casa de un amigo que tenía entre sus discos la canción que nos gustaba. Experimentábamos una especie de reflejo pavloviano: nuestros oídos retumbaban de placer con sólo imaginar el momento. A diferencia de ahora que, estemos donde estemos, sólo bastaría con entrar a YouTube y digitar un par de palabras para oír cualquier canción. Demasiado prosaico.
Se ha perdido cierta magia, sin duda. Lo cual es más notorio cuando nos vienen a la memoria esos momentos en los que salíamos a un restaurante con un potencial levante y estábamos seguros de que esa noche esa persona estaría ciento por ciento a nuestra disposición. Teníamos la absoluta certeza de que nosotros tendríamos su atención durante toda la velada. En estos tiempos eso también ha cambiado; ahora entre la deseada persona y nosotros se interponen sus contactos de WhatsApp, que siempre pareciesen haberse puesto de acuerdo para escribirle justo en el instante en el que creemos estar dando lo mejor de nuestros dudosos encantos.
O peor aún: no sería raro que si lográsemos que la cita del restaurante prosperase hacia algo más, lo más probable es que después del merecido polvo nos sorprendiéramos a nosotros mismos chequeando nuestro Facebook, y después mirásemos avergonzados hacia donde estuviese acostada nuestra nueva pareja sexual, sólo para descubrir que ya ésta estaba informándose de las últimas noticias en Twitter. Adiós arrunches, adiós a aquellos segundos asaltos sexuales.
Estaba pensando en todo eso cuando llegué a la sala de espera del médico. Allí me informaron que había un retraso de dos horas en las citas. Busqué las revistas de la sala de espera para distraerme, pero la más reciente databa de febrero de 1989. «Si al menos pudiera acceder al portal de algún periódico todo sería diferente», me lamenté. Decidí, entonces, adelantar otra vuelta pendiente, un poco lejos de allí. Pero el tráfico estaba terrible y no tendría a la mano al salvador Waze para que me indicara un par de buenos atajos. Quise ir a hacer unas compras para quemar tiempo, pero el carro no encendió. Sin poder entrar a la página de mi aseguradora para que enviaran a un mecánico, ese plan también se frustró.
Fue entonces cuando, desesperado porque ningún taxi me hacía caso, le pedí a un transeúnte desconocido que me pidiera un servicio desde su móvil, para así poder mandar a la mierda al médico y volar a mi casa a buscar el celular.
Samuel Rosales Ucrós
Barranquillero, Comunicador Social y Magister en Administración de Empresas. Aficionado al cine, la literatura, la antropología, la música.
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