07 Abr El arte de la seducción
“ese ingrediente no era otro que el arte de escuchar atentamente lo que las mujeres tenían para decir. Y de que ellas se dieran cuenta de ese hecho…”
Se dice que prácticamente todo lo que hacemos en la vida está, en el fondo, asociado con el deseo de tener sexo. No es de extrañar: al fin y al cabo, mantener en el tiempo el propio material genético es el objetivo de todo ser vivo. Por supuesto, debido a procesos mentales y sociales complejísimos, el humano moderno ha dejado de ser una simple máquina sexual. Sin embargo -y en esto nadie me discutirá-, cualquier hombre que domine el arte de la seducción es envidiado por un grueso número de sus congéneres.
Por lo general, siempre que nos hablan de conquistadores en el campo amoroso pensamos en algún famoso cantante, como Frank Sinatra o Julio Iglesias, en una estrella de cine o en un multimillonario con ínfulas de casanova. Pero casi nunca recordamos que el individuo más exitoso de la historia en esas lides fue un dominicano común y corriente: Porfirio Rubirosa, quien arrasó con las mujeres más atractivas del mundo en las décadas del 40, 50 y 60, y a quien todo el mundo conocía por el apodo de ‘Rubi’.
Rubi no tenía grandes abolengos, pero su extraño magnetismo con las mujeres le valió que se enamorara de él Flor de Oro, la hija de Rafael Leónidas Trujillo, el para entonces dictador de República Dominicana. La pareja se casó y Rubi ingresó inmediatamente a la crema y nata de sociedad de su país, de la cual no salió ni siquiera después de su separación de Flor de Oro. El divorcio obedeció a sus múltiples infidelidades, y fue ordenado directamente por el vengativo e inflexible Trujillo, de quien, sin embargo, Rubi nunca perdió los favores.
Tampoco tenía Rubi una pinta extraordinaria. Se decía, incluso, que era poco agraciado. Pero al parecer la naturaleza lo premió con una herramienta sexual de colosales proporciones, a la cual él mismo, inteligentemente, se encargaba de publicitar. Hasta tal punto de que en algún momento a los grandes pimenteros de madera franceses los conocían por el apellido del famoso playboy: “Pásame el Rubirosa, por favor”, se llegó a decir en las mesas parisinas.
Adicionalmente, como una forma de compensar su apariencia física, Rubi mandaba a hacer sus trajes a la medida y usaba finos accesorios masculinos de última moda. Para lograr esto, en vista de que -como dije- no provenía de una familia ricachona, y tampoco tenía un trabajo que le diese tanta solvencia económica, Rubi se servía de un círculo virtuoso inventado por él mismo: seducía a mujeres poderosas y acaudaladas, las cuales le patrocinaban sus costosos hobbies, entre los cuales estaban los campeonatos de polo. Pero también le suministraban dinero, trajes, perfumes, relojes, zapatos, caballos, aviones, carros deportivos y un largo etcétera de excentricidades, las cuales le permitían seducir a una nueva dama adinerada y recomenzar así el ciclo. No en vano una de sus famosas frases era: “La mayoría de los hombres quieren ganar dinero, yo prefiero gastarlo”.
Con todo, más allá del tamaño descomunal de su virilidad, de los trajes finos, de los perfumes costosos, de los torneos de polo, de las carreras de autos, cosas que evidentemente lo ayudaban en sus propósitos, había un ingrediente más que diferenciaba a Rubi del resto de los hombres, y que fue la clave para casarse con Doris Duke y Barbara Hutton, dos las mujeres más ricas del planeta en aquella época, y para acostarse con Ava Gardner, Marilyn Monroe, John Crawford, Rita Hayworth, Judy Gardland, Kim Novak, Judy Garland, ZsaZsa Gabor, Tina Onassis y una larga lista más. Y ese ingrediente no era otro que el arte de escuchar atentamente lo que las mujeres tenían para decir. Y de que ellas se dieran cuenta de ese hecho.
Muchas veces en las cosas más sencillas se encuentran las claves de la vida.
Escrito por: Samuel Rosales Ucrós
Twitter: @samrosacruz
Barranquillero, Comunicador Social y Magister en Administración de Empresas. Aficionado al cine, la literatura, la antropología, la música.
Fotografia: http://vanidades.com
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