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03 Nov Porqué sigo comprando discos
Music, uniquely among the arts, is both completely abstract and profoundly emotional. it has no power to represent anything particular or external, but it has a unique power to express inner states or feelings. Music can pierce the heart directly; it needs no meditation.
– Oliver Sacks
Recuerdo la excitación del momento. Entraba a la tienda con la plata justa para comprar un disco. Uno solo. No era una decisión fácil, pero contaba con una tarde entera para tomarla. La única certeza era ir derecho a la sección de rock. En la mitad de la década de los años noventa los Guns N’ Roses, Bon Jovi, Def Leppard, Aerosmith, Oasis, Nirvana y los Smashing Pumpkins, eran los artistas que por lo general gobernaban sobre mis oídos. Mi abuela creyó siempre que era música del demonio, y eso, lejos de acabar con el gusto, lo hacía más atractivo.
Después de mirar dos veces cada hilera de la sección de rock, hacía el filtro y sacaba tres. De ahí me dirigía al reproductor de discos a escuchar los primeros 30 segundos de cada canción. Durante este proceso cerraba los ojos y el mundo se volvía sonido. Luego había un ganador. Un CD ganador que llevaba a casa como un tesoro y, una vez allí, empezaba el arte de escuchar.
Abrir la caja. Sacar el disco. Ponerlo en la bandeja. Sacar el librito. Acomodarse. Dar play.
Una cadena de acciones que todavía me hace feliz. Y aunque eso -hacerme feliz- es el motivo más contundente para seguir comprando discos, no es el único.
El CD fue el formato con el que crecí. Salvo que se podía cambiar las canciones más rápido que con un LP, creo que no había mucha diferencia en cuanto al modo de acercarse al trabajo de un artista. Uno se lo devoraba de principio a fin. Y aquí hay un mérito enorme: el de apreciar un álbum como un todo, como un trabajo, una idea, un concepto. Que el resultado fuera bueno o malo, esa es otra cuestión.
Y con el acto consciente de escuchar venía todo lo demás. Identificar rasgos del sonido la banda; encontrar esas joyas que nunca se incluirán en las compilaciones de grandes éxitos; enterarse de estudios de grabación, productores, letras de canciones, artistas, fotógrafos e ilustradores en las notas de producción del librito. Cada detalle sonoro y visual componían un todo en la apreciación.
Pero la emoción no paraba con la última canción del álbum. Luego venía el intercambio de comentarios con amigos, el préstamo de discos y ponerlo a sonar de nuevo. Toda una ‘nerdada’ musical.
Años más tarde llegó Napster. Admito que fui feliz descargando canciones raras y hits, toda la música que mi bolsillo no podía pagar. No obstante, eso derivó en la importancia de valorar la calidad del sonido, no solamente el tener música por tener. Este asunto, -el de un buen sonido- cobró relevancia y se hizo vital en la resurrección del vinilo, en la mayor capacidad de memoria y procesamiento de los reproductores de música y en las tiendas legales en línea, como iTunes. Hoy, lo que más rescato de estas tiendas es el gigantesco catálogo que tienen a disposición, con álbumes y canciones que son difíciles de conseguir.
Sin embargo, el modelo impuesto por Napster y luego iTunes mató en parte esa cadena de placer que daba paso a esa genuina apreciación de la música que se forjó con el long play y el disco compacto. Ahora, con toda la música a dos clic de distancia en servicios de suscripción como Deezer o Spotify, pareciera que la música fuera omnipresente pero que no nos acompaña. En muchos casos pareciera ser música de fondo para lo que sucede en la vida, pero no una banda sonora para la vida. Y ahí encuentro una diferencia esencial.
Me gusta tener mi música. Me gusta pensar que esos discos de Pink Floyd, Miles Davis, David Bowie, Beastie Boys, Los Hermanos Lebrón, The Chemical Brothers, Bach… todo ese sonido en discos, será un legado que mi hijo Lorenzo disfrutará con tanto entusiasmo como yo.
Porque la música está hecha para elevarnos. Para ser compañía en cualquier situación de la vida. Porque ser conscientes del disfrute de la música, del disfrute del placer, nos hace seres especiales.
Ahora que los discos tienen el mismo precio que hace veinte años y yo no tengo el mismo bolsillo adolescente, gozo yendo de vez en cuando a los pocos lugares donde todavía venden discos. Acudo también a mi ‘dealer’ para conseguir ediciones especiales y cosas exclusivas. Con uno de mis mejores amigos teníamos toda la discografía de Metallica, pero nos faltaba un solo álbum: Master of Puppets. No tengo idea por qué no lo teníamos, así que hace pocos días decidimos terminar con ese ayuno de años. Era viernes, cada uno se desocupó de sus respectivos trabajos, fuimos a la sección de rock, exploramos todas las letras del alfabeto y llenamos nuestras manos de discos. Luego de unas cervezas, vino el paraíso:
Abrir la caja. Sacar el disco. Ponerlo en la bandeja. Sacar el librito. Acomodarse. Dar play.
Comprar discos ha sido mi único vicio.
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Sobre Luis Ernesto Quintana Barney
Periodista. Caleño. Amante de la música y el mar. Formó parte del equipo periodístico de las revistas Rolling Stone y Gatopardo. Fue editor de música y arte en el portal vive.in, editor web de la revista DONJUAN y coordinador multimedia de ELTIEMPO.COM. Hoy recorre el país con el proyecto Savia Botánica.
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